martes, 20 de diciembre de 2016

HETAIRA: CLAUDIO ALDAZ RIERA

      Sócrates se dirigía hacia el Areópago por la Vía Panatenaica que divide el ágora de Atenas en dos. Debido al calor, llevaba cubierta su cabeza con un pétaso de ala ancha; ya que LA
pese a que hacía poco que Helios había comenzado a cruzar el firmamento con su carro, sus rayos apretaban de firme, y se encontraba demasiado mayor para soportarlos directamente sobre ella. No obstante, aquél era su sitio preferido para impartir sus enseñanzas, para las que seguía un método que muchos calificaban, cuanto menos de extraño. Primero preguntaba, manifestando no saber nada y que él que sabía era su oponente, y por medio del diálogo y del razonamiento llegaban a la verdad. Este sistema era conocido por la ironía y la mayéutica, y aunque muchos de sus conciudadanos lo consideraban un sofista molesto, era un verdadero filósofo amante de la verdad, y eso lo sabían los muchos discípulos que seguían con pasión sus enseñanzas.
      Cuando se encontraba a la altura de la Stoa Poikilé, también llamado Porche Peisianax, una de las construcciones más sencillas de la ciudad desde el punto de vista arquitectónico, pero a la vez una de las más bellas por su misma simplicidad, ya que se trataba de un simple espacio cubierto, de planta rectangular, conformado mediante una sucesión de columnas y muros laterales, que protegían del sol y la lluvia y servía para entablar conversaciones y, a veces, colocar puestos de comercio. Este porche había sido embellecido con cuatro grandes tablas pintadas que colgaban sobre el muro, que representaban algunas de las importantes victorias militares atenienses, unas históricas, las otras mitológicas. Habían sido realizados por tres grandes maestros de la pintura: Polígloto de Tasos que pintó una Iliupersis y la Batalla de Enoe; Micón que recreó una Amazonomaquia y Paneno el autor de una Batalla de Maratón que conmemoraba el épico combate en el que los medos fueron vencidos cuando por primera vez invadieron el Ática.
      Al llegar frente a ella, el filósofo se detuvo como siempre hacia, ya que su simple contemplación descubría un nuevo motivo para sus diálogos. Repentinamente escuchó una voz que le llamaba; se volvió y observó a un joven que le hacía señales con la mano, a la vez que una voz irónica decía:
 - Sócrates, ¿dónde vas? ¿Es que ya no conoces a tus amigos? ¿Estás admirando la pintura de Paneno o tal vez quieres convencerte de que es el hermano de Esquilo, Cinegiro, el que está colgado de la proa de esa trirreme persa y quieres que entablemos una discusión sobre ello? En ese caso el tema podía ser: ¿Es Cinegiro, el primer hoplita ateniense que sostuvo un combate naval desde tierra? Considero que el tema tiene unas grandes posibilidades.
      El filósofo lo miró con interés sin reconocerlo, más sus dudas apenas duraron unos segundos, enseguida se dio cuenta de quién era aquel muchacho vestido con harapos, barbudo y demacrado que gritaba, se trataba de un antiguo discípulo suyo.
 - ¿Jenofonte, eres tú? Cuanto tiempo llevo sin verte. ¿No te habías ido a Persia con tu pariente el tebano Próxeno?
 - Efectivamente, pero acabo de regresar. Acaba de atracar en el Pireo el trirreme que me ha traído desde Bizancio.
 - ¡Bizancio! ¿Qué hacías allí? –, la cara, por lo general inescrutable del filósofo, se había contraído con un gesto de interrogación y extrañeza.
 - Es una larga historia, ya te la contaré. Pero dime: ¿Dónde vas con tanta premura?
 - Al Areópago, allí se encuentra el secretariado de la Boulé, conozco a su secretario, y es la hora de que se encuentre en su despacho. Me interesa saber cuándo se celebrará el juicio contra Aspasia. He sido uno elegido por la Asamblea uno de los quinientos jurados que deben juzgar el proceso contra ella.
 - ¿Te refieres a la hetera que me han dicho que da clases de retórica, a muchos ciudadanos?-
 - Querrás decir que me da, yo también estoy entre ellos y nunca ha dejado de enseñarme algo. Además no es una hetera. ¿Cuándo aprenderemos los atenienses, que porque una mujer sea inteligente, tenga cultura y se dedique al comercio, no es necesariamente una cortesana? En eso, como en tantas otras cosas, los persas están muchos años por delante de nosotros.
 - Ten cuidado con tus ideas es peligroso decirlas en voz alta, pero dime ¿De qué la acusan?- - murmuró Jenofonte.
- De impiedad e inmoralidad.
 - ¿Sabes quién va a hacer el discurso en su favor ante el jurado? ¿Tal vez el propio “Rodeado de Gloria”?  - preguntó Jenofonte, cambiando de tema.- en el poco tiempo que llevo  aquí, desde mi vuelta, ya he escuchado que a ella la llaman Hera y a él Zeus. No se esconden los que lo comentan.
 - ¿Pericles? No se encuentra en condiciones. Solamente le he visto descompuesto dos días en su vida, el primero fue la jornada en la que se enteró de la muerte de su hijo y ahora cuando Hermipo…
 - ¿El cómico que se ha dedicado a escribir sátiras de las figuras públicas prominentes? – le interrumpió el joven.
 - Él mismo, fue él quien presentó la acusación contra ella.
 - Y, ¿quién consiguió que se aprobase ésta?
 - Diopites, fue quien consiguió, el decreto sobre la impiedad, pues la inmoralidad va aneja. En él se estipula la denuncia contra quienes no creyeran en las divinidades, introdujeran nuevas, o enseñaran sobre los fenómenos celestes.
 - Hermipo y Diopites. Menudos elementos. Ya eran famosos por sus hechos cuando me ausenté. ¿Serás tú entonces, quien lea el discurso de defensa?
 - Nada me habría agradado más que leer algo escrito por ella, ya que si de algo estoy seguro es de que es su autora; incluso se ha llegado a plantear la posibilidad de que fuera quien lo hiciera, pero hemos llegado a la conclusión de que una persona como yo, que no tiene reparo en llamar a Diotima  maestra, y que sigue frecuentando la compañía de Aspasia, no es la más adecuada.
 - Por lo que dices, tal vez pienses que si las leyes de nuestra polis no lo impidieran, lo mejor sería que fuera ella misma
Si te gusta, te ruego lo compartas

Publicada por Amazón Kindle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario