miércoles, 13 de abril de 2016

DE NUECES A ESCAMAS: Ana Claudia Martínez Eguren - Uruguay

DE NUECES A ESCAMAS

Sus holgados rizos apenas notaban la brisa nocturna. Tan sólo algún que otro mechón colgaba en un monótono vaivén. Rojo incandescente, como la brasa viva en el fuego, teñía cada cabello. Los focos pálidos de las esquinas no le hacían justicia.
Ariel.
Su nombre era la única constante entre dos mundos cada vez más difíciles de congeniar.
Discreta y sobria, serían adjetivos aplicables a su conducta durante el día: un trajecito sencillo de color marrón se ajustaba a su trabajo de administrativa, zapatos de taco corrido en tono beige acompañaba su atuendo, haciendo juego con un opaco pañuelo cruzado en su estilizado cuello. El cabello tirante en un moño impecable. Maquillaje comedido para no atraer las miradas inquisitivas.
Día a día crecía una sensación de asfixia. El aire se le antojaba enrarecido, denso y difícil de procesar. Un acto mecánico e inconsciente como respirar era una tortura. Pequeñas gotas de sudor desentonaban con el frío invierno. Su corazón parecía indicarle que este mundo ya no era suyo.

¿Pero entonces cuál?

Ardua fue su lucha para obtener el puesto de trabajo: Jefa administrativa. Por mucho tiempo este había sido su gran objetivo, su anhelo para conseguir la promesa de la felicidad.
Seis meses fueron suficientes para que la angustia la abatiera como nunca. No era la primera vez que sufría ansiedad pero esta vez indicaba algo más.
Una especie de llamado interno iba tomando forma.
Últimamente había notado cómo su piel se mostraba resecado, desprendía pellejo y el tono dorado que la acompañaba desde el nacimiento mutaba hacia un blanco traslúcido. Sus ojos perdían movilidad y los párpados, cada vez con mayor dificultad, acertaban un leve movimiento de apertura y cierre.
Su dieta ya no incluía carne, huevos ni lácteos. No podría decirse que fuese vegetariana ni vegana. Tan solo ya no sentía placer ni atracción por lo que antes era una pasión. Ahora sus papilas gustativas la llevaban a permanecer un rato, en secreto, a orillas del puerto. En las primeras horas de la noche hundía sus manos temblorosas en el agua calma. Algas y musgos alimentaban su organismo. Intuía que esto no sería compartido por los demás seres como algo “normal”.
Esa mañana no pudo permanecer en la oficina. El médico de guardia le comunicó su diagnóstico: “ataque de pánico y depresión reactiva / pase a psiquiatra”.
Su mirada recorría la danza de las pastillas en el calmo mar. Ya había sido demasiado los dos años de psicoterapia obligatoria y la intervención quirúrgica.
Un inmenso dolor oprimía su pecho. Lágrimas quedas recorrían una piel con subidas y bajadas. Su garganta, desprovista del pañuelito, evidenciaba aberturas en ambos costados. Su nariz ya no sería un obstáculo. Ahora respiraría un aire nuevo.
Se vio a sí misma reflejada y un atisbo de nostalgia la hizo dudar.

¿A qué mundo pertenezco? ¿Estaré en lo correcto?

Tres o cuatro recuerdos de una infancia incomprendida le infundió ánimos. Sus manos acariciaban la fuente de vida que sería su nuevo hogar. Un mundo donde la voz y sus diferentes matices no fueran un obstáculo, una evidencia; donde las gargantas fueran el canal único de branquias y no nueces; donde las curvas fueran todas iguales y la unión hiciera la fuerza dentro de un cardumen.
Terminó de desarmar su moño como símbolo de un nuevo comienzo. Su nuevo universo merecía un ingreso libre y genuino.
En sueños recibió el canto de sus hermanas sirenas. La bienvenida estaba preparada. Un reflejo tornasol acompañó su larga cola de escamas esmeralda.
Sólo unas pocas permanecieron en el muelle, perdiendo su color, como vestigios de quien un día fue Ariel y, hoy, LA SIRENITA.

©Ana Claudia Martínez Eguren

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