VUELTA A LA CASA TOMADA
El
agua corre, llena la bañera y casi desborda. Está al límite, llena, entonces me
sumerjo. El agua está tibia y causa placer estar ahí. Entonces veo figuras,
recuerdos que aparecen y dibujan. Entonces me dejo ir, llevar ¿adónde? Entonces
viajo. Tomo el colectivo y viajo, el ómnibus anda despacio, es día de semana y
voy, es un día soleado y voy mirando por las ventanillas, los edificios, la
ciudad gris, la ciudad me araña. Me dejo llevar porque los recuerdos son y
están. Y estoy ahí. Yo estoy, estaba y estoy. Y entonces es un homenaje a mí
misma. A la que fui y está, en el pasado que ahora es presente. Está, estoy.
Ahí, como entonces, como ahora, estoy…
Y
me saludo cada vez que paso por alguna casa dónde viví, porque ahí quedaron mis
recuerdos. Entonces me saludo a mí misma porque algo mío vive ahí…
Pero
las casas han sido tomadas, son casas tomadas como en el cuento de Julio … Poco
a poco las han ido tomando otros…
Entonces
escribo, escribo para recordar, para encontrarme a mi misma y recordar y verme
ahí, hace tanto tiempo y sin embargo…
Hay
que dejar tranquilos a los fantasmas… que habiten, que llenen la casa tomada
mientras nosotros, desde aquí, ¿cómo llamarla? Realidad, pies en la tierra,
seguimos pensando ¿en ellos?
Camino
casi con precisión. La vereda ancha me lo permite, del lado del sol, pasado
mediodía percibo el aire fresco, las puertas: casi todas cerradas. Los
negocios, a esta hora duermen la siesta. Alguna vez arrojé la llave de la casa
a la alcantarilla. ¿Arrojé, dije? No estaría tan segura, no lo estoy, y es más,
ahora no estoy segura de nada. Antes de convertirme en un insecto, antes de ser
Gregorio Samsa, lo intento. Lo voy a intentar. Hace tanto tiempo lo he
planificado y hasta he trazado un mapa con las coordenadas. Tantas cuadras para
un lado, tantas cuadras para otro. Girar, hacia un lado primero, después
caminar. Como un ciego cerca de las paredes de las casas como si hacerlo me
brindara cierta seguridad de la que jamás he gozado. Como algo sí que es seguro
y de eso prefiero no hablar, por ahora. Prefiero detener el tiempo y el destino
y volver a la casa tomada. Porque ellos, ellos que andan por ahí tomando las
habitaciones en la casa, haciendo extraños ruidos. Voy a exorcizar el conjuro
que me ha traído hasta aquí. Mi corazón late rapidísimo como un caballo al
galope. Hasta aquí he cruzado varios paisajes, disímiles, hasta
contradictorios: monumento al soldado, el gauchito gil, paisajes que hablan- a
veces - y sólo pájaros que cantan en las ramas. He venido hasta aquí sólo para
escuchar los sonidos… de la casa.
¿Sólo
para escuchar?…
Porque
la casa sigue tomada…
Entonces,
sentada en un café elucubro planes, estrategias. Costaría menos si la casa
tuviera chimenea. Entrar por el techo y sorprenderlos. A ellos, los que habitan
la casa tomada.
Las
ventanas están tapiadas, Convertirme en Jane, la chica de Tarzán y entrar con
tambores y gritos aferrada a una liana.
Sí,
escucho los tambores y los gritos y es de noche. Ellos entonces, vienen…
Vienen
marchando con luces y disfraces, cierro los ojos y ahora sé qué es lo que
ocurrirá. Estoy ahí hace tanto tiempo…
La
música, los silbatos, las panderetas. Lo había olvidado: es Carnaval. Se acerca
alguien y me arroja papel picado en la cara: no voy a llorar. Entonces sé que
esta es la contraseña para que suba de una vez por todas a la carroza. Pero no
es cualquier carroza de este Carnaval, sino la de Orfeo, alguien extiende su
mano…- Subí, dice. Tiene los ojos pintados, la cara, el cuerpo. Subo. La
carroza sigue el desfile: pasamos por la casa, las ventanas están cerradas.
Orfeo tiene su lira en la mano y canta. Apenas me pregunta algo, oigo su voz
casi es un susurro. La comparsa sigue, hombres y mujeres bailan con frenesí.
Cierro los ojos, ya no sé dónde estoy. El papel picado y las serpentinas caen
sobre mi cabeza. En otra carroza un hombre baila. La carroza sigue . Orfeo,
digo ¿adónde quiere llevarme?
Orfeo
me mira a los ojos, y dice: a la casa tomada.
¡Orfeo!
¡Orfeo! Pasamos por una arboleda y los árboles acarician nuestra cara, nuestra
cabeza ¡Orfeo! Está bien aquí. Quiero volver …
Antes
vamos a dar un paseo, es Carnaval, dice. Hay que divertirse…
No
sé dónde estoy, sigo sin saber, ni quién es este ser disfrazado de Orfeo, ni
adónde me lleva, ni adónde voy…
¡Orfeo!
Lo llamo, pero no responde. Sólo escucho su voz diciéndome:- no podés volver a
la casa tomada.
¿Por
qué? Pregunto. Orfeo canta, canta una canción que no comprendo. Porque todo es
extrañeza y yo soy una extraña dentro de mi piel…
Estamos
en la oscuridad más absoluta, pasamos por varias casas, por la arboleda. El
ruido del agua me sobresalta… las olas golpean en la costa. Entonces Orfeo da
una orden y la carroza se detiene. Hombres y mujeres se tiran entonces a dormir
sobre el pasto, sobre la tierra, en cualquier parte, extenuados de tanto
bailar. Los primeros rayos de luz me muestran un paisaje distinto. Orfeo está
ahí, conmigo, mirando la salida del sol. Lo miro, permanece impasible, mirando…
¡Orfeo!
Lo llamo, y no contesta..
Se
da vuelta y me hace señas, me señala el lugar adónde debo ir. Es una piedra y
me siento ahí. Me quedo quieta, mirando junto a Orfeo la salida del sol….
Admito
ahora que la cara de Orfeo es una máscara.
·
Orfeo – le digo
·
¿Qué? Contesta
·
Quiero ver tu cara sin
la máscara.
·
Eso no es posible –
contesta
·
¿Por qué?
·
Porque no sé si soy
Orfeo si me quito la máscara
·
¿Cómo haré para saber
entonces quíén sos?
·
Hay que seguir el
juego…
·
Hoy se termina.
·
¿Qué cosa?
·
El Carnaval, se
termina…
·
El Carnaval sí, pero la
vida no.
·
Nunca sabré qué sos ni
qué juego es éste.
·
Como la vida ¿no?
·
Casi
·
¿Querés volver a casa
tomada?
·
Es sólo una casa
·
Poblada por fantasmas,
vacía
Orfeo
no dice nada más.
Es
de noche. Debo cruzar el río, me advierten del peligro: hasta llegar a la otra
orilla tendrás que atravesar peligros, hay víboras, reptiles, camalotes, ramas,
el suelo es fangoso, arena de río negra.
Tengo
que ir, digo, como si cumpliera una misión y camino en el agua, de noche,
sabiendo que la otra orilla está allá, más allá, lejos, hay que continuar….
Llegada
a la otra orilla, atravesados todos los peligros, salgo indemne, el sol
lentamente se va reflejando en el río. Miro el brillo del sol en el agua. Son
muchos soles dormidos en la superficie y brillan.
Entonces
ingreso en un lugar de piedra, una mina de rodocrosita, piedra rosa, brillante,
que espeja mi cara y mi cuerpo. Entonces recuerdo los espejos deformantes del
parque de diversiones, los autos chocadores… Me gustaba mirarme en esos
espejos: era más alta y más flaca, luego más petisa y gorda, pero nunca era yo.
Era divertido y siniestro a la vez: mirarse en los espejos y no ver más que una
imagen deforme donde nunca era yo. Luego los autos: subirse a ellos para chocar
con otros, girar a toda velocidad y conducir mal, estrellarse con otro auto por
pura diversión en círculos, en zigzag, nunca en un camino trazado de antemano.
Vuelta
a la otra orilla, miro el río, las olas cuando quiero y debo irme Orfeo ya no
está. Se ha ido. No sé quién era. Sólo recuerdo su voz y sus palabras: no podés
volver a casa tomada, ahora no…
Es
mediodía y el sol está en lo alto. Los hombres y las mujeres de la carroza se
van despabilando.
Estoy
lejos de ahí, me he ido alejando, me llevo conmigo, ellos no saben quién soy.
Detengo la mirada por unos momentos en el agua. Algún pájaro se posa en una
rama y canta.
© Araceli Otamendi
Bellísimo!! me hiciste viajar a "mis casas tomadas"...
ResponderEliminarTanta vida dispersa en otros lugares, entre otras paredes, con otros olores y también... con otras edades... igualmente todas siguen viviendo en mis recuerdos, nítidas y perfumadas!!
Abrazo misionero!!
muchas gracias por el comentario Jenny,un abrazo, Araceli
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