martes, 20 de diciembre de 2016

HETAIRA: CLAUDIO ALDAZ RIERA

      Sócrates se dirigía hacia el Areópago por la Vía Panatenaica que divide el ágora de Atenas en dos. Debido al calor, llevaba cubierta su cabeza con un pétaso de ala ancha; ya que LA
pese a que hacía poco que Helios había comenzado a cruzar el firmamento con su carro, sus rayos apretaban de firme, y se encontraba demasiado mayor para soportarlos directamente sobre ella. No obstante, aquél era su sitio preferido para impartir sus enseñanzas, para las que seguía un método que muchos calificaban, cuanto menos de extraño. Primero preguntaba, manifestando no saber nada y que él que sabía era su oponente, y por medio del diálogo y del razonamiento llegaban a la verdad. Este sistema era conocido por la ironía y la mayéutica, y aunque muchos de sus conciudadanos lo consideraban un sofista molesto, era un verdadero filósofo amante de la verdad, y eso lo sabían los muchos discípulos que seguían con pasión sus enseñanzas.
      Cuando se encontraba a la altura de la Stoa Poikilé, también llamado Porche Peisianax, una de las construcciones más sencillas de la ciudad desde el punto de vista arquitectónico, pero a la vez una de las más bellas por su misma simplicidad, ya que se trataba de un simple espacio cubierto, de planta rectangular, conformado mediante una sucesión de columnas y muros laterales, que protegían del sol y la lluvia y servía para entablar conversaciones y, a veces, colocar puestos de comercio. Este porche había sido embellecido con cuatro grandes tablas pintadas que colgaban sobre el muro, que representaban algunas de las importantes victorias militares atenienses, unas históricas, las otras mitológicas. Habían sido realizados por tres grandes maestros de la pintura: Polígloto de Tasos que pintó una Iliupersis y la Batalla de Enoe; Micón que recreó una Amazonomaquia y Paneno el autor de una Batalla de Maratón que conmemoraba el épico combate en el que los medos fueron vencidos cuando por primera vez invadieron el Ática.
      Al llegar frente a ella, el filósofo se detuvo como siempre hacia, ya que su simple contemplación descubría un nuevo motivo para sus diálogos. Repentinamente escuchó una voz que le llamaba; se volvió y observó a un joven que le hacía señales con la mano, a la vez que una voz irónica decía:
 - Sócrates, ¿dónde vas? ¿Es que ya no conoces a tus amigos? ¿Estás admirando la pintura de Paneno o tal vez quieres convencerte de que es el hermano de Esquilo, Cinegiro, el que está colgado de la proa de esa trirreme persa y quieres que entablemos una discusión sobre ello? En ese caso el tema podía ser: ¿Es Cinegiro, el primer hoplita ateniense que sostuvo un combate naval desde tierra? Considero que el tema tiene unas grandes posibilidades.
      El filósofo lo miró con interés sin reconocerlo, más sus dudas apenas duraron unos segundos, enseguida se dio cuenta de quién era aquel muchacho vestido con harapos, barbudo y demacrado que gritaba, se trataba de un antiguo discípulo suyo.
 - ¿Jenofonte, eres tú? Cuanto tiempo llevo sin verte. ¿No te habías ido a Persia con tu pariente el tebano Próxeno?
 - Efectivamente, pero acabo de regresar. Acaba de atracar en el Pireo el trirreme que me ha traído desde Bizancio.
 - ¡Bizancio! ¿Qué hacías allí? –, la cara, por lo general inescrutable del filósofo, se había contraído con un gesto de interrogación y extrañeza.
 - Es una larga historia, ya te la contaré. Pero dime: ¿Dónde vas con tanta premura?
 - Al Areópago, allí se encuentra el secretariado de la Boulé, conozco a su secretario, y es la hora de que se encuentre en su despacho. Me interesa saber cuándo se celebrará el juicio contra Aspasia. He sido uno elegido por la Asamblea uno de los quinientos jurados que deben juzgar el proceso contra ella.
 - ¿Te refieres a la hetera que me han dicho que da clases de retórica, a muchos ciudadanos?-
 - Querrás decir que me da, yo también estoy entre ellos y nunca ha dejado de enseñarme algo. Además no es una hetera. ¿Cuándo aprenderemos los atenienses, que porque una mujer sea inteligente, tenga cultura y se dedique al comercio, no es necesariamente una cortesana? En eso, como en tantas otras cosas, los persas están muchos años por delante de nosotros.
 - Ten cuidado con tus ideas es peligroso decirlas en voz alta, pero dime ¿De qué la acusan?- - murmuró Jenofonte.
- De impiedad e inmoralidad.
 - ¿Sabes quién va a hacer el discurso en su favor ante el jurado? ¿Tal vez el propio “Rodeado de Gloria”?  - preguntó Jenofonte, cambiando de tema.- en el poco tiempo que llevo  aquí, desde mi vuelta, ya he escuchado que a ella la llaman Hera y a él Zeus. No se esconden los que lo comentan.
 - ¿Pericles? No se encuentra en condiciones. Solamente le he visto descompuesto dos días en su vida, el primero fue la jornada en la que se enteró de la muerte de su hijo y ahora cuando Hermipo…
 - ¿El cómico que se ha dedicado a escribir sátiras de las figuras públicas prominentes? – le interrumpió el joven.
 - Él mismo, fue él quien presentó la acusación contra ella.
 - Y, ¿quién consiguió que se aprobase ésta?
 - Diopites, fue quien consiguió, el decreto sobre la impiedad, pues la inmoralidad va aneja. En él se estipula la denuncia contra quienes no creyeran en las divinidades, introdujeran nuevas, o enseñaran sobre los fenómenos celestes.
 - Hermipo y Diopites. Menudos elementos. Ya eran famosos por sus hechos cuando me ausenté. ¿Serás tú entonces, quien lea el discurso de defensa?
 - Nada me habría agradado más que leer algo escrito por ella, ya que si de algo estoy seguro es de que es su autora; incluso se ha llegado a plantear la posibilidad de que fuera quien lo hiciera, pero hemos llegado a la conclusión de que una persona como yo, que no tiene reparo en llamar a Diotima  maestra, y que sigue frecuentando la compañía de Aspasia, no es la más adecuada.
 - Por lo que dices, tal vez pienses que si las leyes de nuestra polis no lo impidieran, lo mejor sería que fuera ella misma
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Publicada por Amazón Kindle.

sábado, 8 de octubre de 2016

SOLEDAD: GRACIA VERGARA

SOLEDAD

Fuiste una esperanza que al fin llegó,
serás, tal vez una ilusión mañana,
eres mi más hermosa realidad,
eres hoy la vida que me mantiene sonriente y soñadora;
que me tomas de la mano,
y unidas: tú y yo buscamos ser felices.

Con cada gesto en el rostro de la gente,
con el deleite de un amanecer,
o el ensueño de una noche estrellada.

Eres tú y te disfruto,
eres tú aun cuando no te veo,
eres la que me hace más grande, poderosa y fuerte.

A la vez que me reconoces frágil, cariñosa y débil.
Inseparables amigas, hermanas y cómplices.
No te lamento, no te esquivo porque me gustas,
me gustas porque tú no lastimas, no aapuñalas,
eres franca, eres directa,
eres mi soledad, eres mi vida,
incondicional ante todo,
bondadosa y gallarda,
absoluta y plena en la desnudez de mi ser,
la del ser entero, el alma gemela.
Porque tú, soledad, eres hoy por hoy, mi compañera.

GRACIA VERGARA

viernes, 9 de septiembre de 2016

DISFRACES: PABLO CAZAUX, ARGENTINA

DISFRACES
Una glicina franqueaba la puerta de entrada. Clara protestó por las ramas en la cara y el peso de los bolsos. Yo me fasciné con el perfume abrumador de la planta y empujé a mi mujer con la rodilla, haciéndola avanzar por el camino de lajas hasta la puerta lateral de la casa. Al costado había más plantas y arbustos, flores y pasto recién cortado; había maceteros de piedra y, al fondo, el galpón de herramientas. Era verano y hacía calor.

Adentro, la casa era fresca. Pero no importaron, entonces, los techos altos, algo descascarados, ni los pisos de baldosas con dibujos geométricos, ni la cantidad incontable de cuadros, telas, adornos y objetos disparatados. Importaba el silencio y la sombra. Importaba la cadencia de la tarde entrando por los ventanales. Importaba que ella estuviera allí conmigo, como última posibilidad de salvación. La utopía era remota, como toda utopía, pero después del vendaval en el que volaron los libros y la ropa de los placares, cuando nuestras miradas dijeron basta, valía la pena intentarlo, probar una vez más. Y si no funcionaba, entonces sí, arrojarnos al mar con todos los años encima, con la memoria acobardada, para entregarnos al olvido.

Fue una idea que nació con la última borrachera en equipo: ella abrazada a un almohadón en la bañera y yo contra el inodoro. La habíamos descartado en otras oportunidades por considerarla un hipnótico de las verdaderas sensaciones. Pero allí, en ese baño que ya no sería de ninguno, rescatamos la posibilidad de poner un punto y probar otra cosa. Juntamos lo poco que quedaba sano en dos bolsos y nos fuimos hasta allí, aún sabiendo que no iba a funcionar, que sólo servía para comernos unas horas de más antes de la claudicación definitiva. Y no funcionó. Pero eso lo descubriría más tarde, después de que nos abandonáramos al reencuentro de cosas desconocidas, de que nos olvidásemos de nosotros para ser lo que alguna vez habíamos sido.

Dejamos las cosas tiradas sobre la cama del cuarto y nos dedicamos a revisar a fondo ese espacio neutro donde nuestra identidad se perdía ante cada objeto. Miramos los cajones en los que había medias y camisetas, en los que había papeles y cuadros con los vidrios rajados. Miramos la biblioteca amorosa de cristal donde yacían erguidos libros de tapa dura y folletos de viaje. Nos tiramos sobre la cama y la hicimos crujir. Prendimos los veladores y comprobamos que servían para leer de noche. Enchufamos el ventilador y dejamos que el aire se esparciera por esa atmósfera que olía a reliquia, a cámara de sacrificios.

Después de comer intentamos recorrer el resto de las habitaciones pero no encontramos la forma. Sólo había una puerta y era la de nuestro cuarto. Sin embargo, agobiados por la estupidez de estar solos en un lugar desconocido, decidimos que la casa era demasiado grande como para que haya un solo cuarto. Nos movimos con rapidez, como si la caída del sol tuviese alguna influencia planetaria sobre nuestro destino. Golpeamos las paredes intentando descubrir el ladrillo hueco; corrimos los sillones y levantamos alfombras; miramos detrás de los cuadros y examinamos el jardín. Nada. Ni un resquicio. Sólo paredes enteras sin divisiones extendidas a lo largo de cincuenta metros. Preparamos, entonces, una jarra de clericó y nos sentamos en la galería a ver los pájaros. El calor era bochornoso. Tomamos y sudamos. No nos movimos. Apenas si pestañeamos. Clara fumaba un cigarrillo tras otro y yo bebía directamente de la jarra. Las chicharras gritaban entre las plantas y nada allí se movía. Estático es la palabra que no me atrevo a usar, porque no hay nada estático en este mundo. Todo se mueve, de un modo u otro, debajo de nuestra piel.

Cuando llegó la oscuridad y los mosquitos se nos vinieron encima, repartimos los baños y nos metimos bajo el agua fría. Después, desnudos y mojados, nos encontramos en el cuarto e intentamos hacer el amor. Debió haber sido el calor, o el olor a jabón, o la estupidez de querer arreglarlo todo en una cama. Clara se levantó y caminó hasta el espejo grande. Se miró. Y desde esa perspectiva me miró a mí, reflejado, invertido, duplicado. No sonrió y era lógico: no había nada que la hiciera reír. Descolgó una bata que había en el perchero y todo se vino abajo. El clavo rodó por el piso, el perchero quedó en la mano de Clara y la tela que cubría la pared quedó hecha un montoncito en el piso. Lo extraordinario fue descubrir detrás de ese maquillaje una puerta. Clara me miró y asentí. Bajó el picaporte y la abrió. Me levanté y fui detrás de ella. No había luces, así que tuve que traer la linterna que estaba en el cajón de la mesita de luz. El cuarto era más grande que el nuestro. Los pisos de madera chirriaron cuando lo pisamos. Le dije a Clara que había un sótano. Ella me dijo que podía ser la entrada del infierno. Había muebles descolados amontonados en el medio. Había cajas de cartón cerradas con cinta de empaque. Había percheros de pie y sombreros de copa colgados en las puntas. Tomé uno y me lo puse para achicar mi desnudez. Caminamos con cuidado, pisando las maderas que parecían más firmes, hasta cruzar la habitación por completo. Clara había encontrado en el camino un abanico con el que se echaba aire y polvillo en la cara. En el otro extremo había un tocador antiguo con el espejo manchado. Abrimos los cajones y sacamos las latas que encontramos. En casi todas, la tierra y las chucherías eran los únicos contenidos. Pero en una, Clara descubrió collares y brazaletes con piedras de colores. Sin preguntarme, se apropió de ellos y se los puso sobre su cuerpo desnudo. Bajo la luz de la linterna, el rojo y el azul latían en su pecho mojado.

Estaba preciosa, tiñendo los rastros y las secuelas de nuestro dolor a pura gota de transpiración, cambiando su actitud de entrega por otra que la enaltecía. Era difícil verla así, tan distinta y tan propiamente ella. Era difícil y conmovedor y doloroso a la vez, verla despegarse de mi sombra para recorrer el cuarto levantando los talones, apoyando sólo la punta de los pies, tomando distancia de ese recorrido que iba entre la resignación y el desprecio. Morí de amor y de locura en un segundo. Apoyado contra el tocador, con mi sombrero calado hasta las orejas, vi cómo se borraban de mi memoria las últimas imágenes de nuestras confrontaciones para ser reemplazadas por los colores brillantes y el abismo. ¿Qué había de acá en más? ¿Qué pasaría entre nosotros si ella ya no era ella?

Con pasos de baile, revoloteó a mi alrededor hasta que me dejó sin aire. Porque lo extraordinario, entonces, no era que estuviésemos en esa casa tratando de arreglar nuestras cuitas, sino la transformación física de alguien a quien no había podido hacerle el amor minutos atrás. Lo extraordinario, diría más tarde, fue que una puerta escondida nos convirtiera en algo distinto a lo que estábamos acostumbrados. Entonces, el viaje en sí no tenía sentido porque lo que importaba en ese momento era el traspaso, la degradación y el resurgimiento.

Al lado del tocador había otra tela de la que sobresalía una manija. La moví y otra puerta se abrió. Pensamos en retroceder, en dejarlo para el día siguiente, con el sol y la seguridad de la mañana. Pero fue sólo un pensamiento vacío, una reacción casi epidérmica. No había vuelta atrás simplemente porque ya no había un atrás. Todo esto lo decíamos sin hablar, apenas con los ojos, apenas con los gestos. Corrí la tela y entré.

El siguiente cuarto era similar al anterior salvo que estaba más limpio y ordenado. Las cajas estaban apiladas contra la pared y en el medio había un ropero que, luego de revisarlo, descubrí que tenía doble entrada, vale decir, puertas en el frente y puertas detrás. Di la vuelta y Clara se quedó en el frente. Abrí la puerta de la derecha. Sobre el estante había un candelabro con una vela roja y una caja de fósforos. Lo encendí y le pasé la linterna. Luego, con el corazón latiéndome en la garganta, abrí las puertas principales. Allí descubrí bajo un nailon, una secuencia impresionante de trajes de fiesta. Los había rojos y bordados; los había de etiqueta, los había de operario. Colgaban chaquetas militares y capotas para la lluvia, camisas de colores y, en el piso, botas y zapatos de todos los tipos. Me saqué el sombrero y me vestí con la ropa de Napoleón. El paño me picaba en el cuerpo y me hacía transpirar. Me calcé unas botas y taconeé sobre la madera vacilante. Di la vuelta con el candelabro y me topé con una desconocida que se movía con pasos de baile delante del espejo. La linterna, apoyada sobre uno de los cajones abiertos, expandía su haz de luz sobre ella. La mujer, que era Clara pero no era Clara, avanzaba y retrocedía, moviendo las caderas y sosteniendo con la punta de los dedos la puntilla del vestido. Me miró y se llevó las manos a la boca. Sobre su cabeza había una lámpara de techo con miles de cristales colgando. Las luces cruzadas le sacaban destellos y daban la sensación de movimiento. Todo, en ese cuarto, parecía moverse.

Abrí las cajas que estaban contra la pared y saqué los papeles que protegían la vajilla. Luego, acomodé los platos y las copas sobre una mesa y seguí buscando hasta encontrar una caja pequeña con botellas de champán. Descorché uno y la espuma brotó del pico y me empapó la mano y el traje. Me agaché para beber y ya no pude enderezarme. Mi espalda estaba doblada en un ángulo imposible. La giba, gritó la mujer sacándome la botella de champán para insistir conque había vuelto la giba. Corrí hacia el espejo con la vista clavada en el piso y, poniéndome de costado pude ver el bulto que había nacido en mi espalda. Caí de rodillas y giré para verla. Ella, bebiendo del pico, arrojaba uno a uno los platos de porcelana contra el piso. Luego, me trajo otra botella y me ordenó que la descorchara. Lo hice sin discutir, convenciéndome a mí mismo de que era yo el que quería tomar. Me costó trabajo pues los brazos se habían contraído perdiendo flexibilidad. Finalmente, cuando el líquido salió a borbotones, me tiré al piso de costado y bebí. Ella danzaba a mi alrededor, con los pies desnudos acariciando el suelo. Tarareaba una melodía alegre y sonreía. Cuando completaba la vuelta, dejaba caer un chorro de champán en mi cabeza. Aullé de dolor y de impotencia, pero seguí bebiendo. Tomé hasta que el mundo se hizo tan endeble que todo daba lo mismo. Me arrastré hasta la caja y saqué dos botellas más. Ella acariciaba mi joroba y pedía deseos de buena suerte. Me llamaba mi Napoleón mientras frotaba el paño contra la protuberancia. Yo no hablaba porque no podía, no tenía nada que decirle. Abrí las botellas y le pasé una a ella. Tomó un largo sorbo y se sacó el vestido. Bajo la luz de la linterna su piel se veía marchita, llena de arrugas, obscena y decadente. Descartaba vestidos mientras se echaba champán en el cuerpo. Tratando de asumir mi nueva posición, llegué hasta el cambiador de mi lado y saqué la capota. Arranqué a tirones el disfraz de Napoleón y me eché encima la capota. Girando en círculos fui hasta el otro lado y la vi de nuevo, sentada en el piso frente al espejo, intentando con desesperación estirarse la piel de la cara. Lloraba de ebriedad y de no poder modificar su condición. Bebí un trago de su botella y me tiré hacia atrás con todas mis fuerzas. El cuerpo pareció enderezarse, de hecho lo hizo, pero la giba se corrió de lugar y subió hasta mi nuca. Ahora podía tocar el bulto repugnante que latía bajo mi pelo. Ella comenzó a gritar que era espantoso, que la monstruosidad era invisible pero que al final siempre surgía. Gritaba todo eso mientras se arañaba la cara tratando de sacarse las arrugas.

La sangre, la visión concreta de la sangre manchando el piso y el espejo, me hicieron dejar la botella y la capota y levantarla. Miré hacia la puerta y decidí que no había retorno. La arrastré entre llantos, tambaleando los dos y con la boca pastosa por el alcohol tibio, hasta el cuadro gigante que había en un rincón. Me costó moverlo por el peso del marco. Tiré con todas mis fuerzas hasta que se desenganchó y cayó como un rayo sobre el piso. La madera cedió y el cuadro cayó en el abismo. Mi esperanza se desvaneció cuando, después de todo, no había ninguna puerta detrás. Le dije a Clara que no teníamos alternativas, que ya habíamos hecho todo lo posible. Ella estuvo de acuerdo y, tomados de la mano, saltamos al pozo. La caída fue más breve de lo que había esperado, apenas unos metros, los suficientes como para torcernos los tobillos y las manos. El fondo estaba oscuro y estábamos parados encima del cuadro. Ella me aseguró que debíamos caminar hacia la derecha y así lo hicimos, arrastrándonos entre escombros y viscosidades. La eternidad duró unos metros hasta que nos chocamos con una escalera. Yo subí primero, tanteando con la mano herida los escalones por venir. Clara me siguió, tocándome las piernas para estar segura de que seguíamos subiendo. Cuando llegué hasta la tapa, la empujé con mi hombro y la levanté. Un rayo de luna me dio en la cara y lo miré de frente. Terminé de subir y la ayudé a ella. Después de cerrar la tapa nos levantamos y caminamos por el parque hasta la casa, hasta juntar nuestras cosas, hasta cruzar el portón y arrancar la glicina a manotazos.

© Pablo Cazaux, Argentina




TÍTULO: Disfraces

AUTOR: Pablo Cazaux

NACIONALIDAD: Argentino

E-mail: pablo_cazaux@yahoo.com

Reseña biográfica:

Actividad Laboral: Profesor de Lengua y Literatura

Actividad literaria:

– Finalista del concurso de novela negra Cosecha roja-JPM Editores 2014, con la novela “Carver”.

- Finalista del concurso de novela negra de Extremo negro, de la editorial Del Nuevo Extremo 2013, con la novela “Demasiadas manos para un cadáver”.

—1° premio en el concurso de cuento infantil, categoría profesionales, organizado por la Biblioteca Municipal de Alte. Brown.

— 1ª Mención del Jurado en el concurso de cuentos de la Cultural Elliot.

- 2º Premio en el concurso Literatura sobre mujeres, de la Municipalidad de Alte. Brown.

— 1ª Mención del Jurado en el concurso del Ministerio de Trabajo de la Provincia de Bs. As. Sobre Trabajo Infantil.

—“Ejército de Ángeles” (Novela), publicada con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y de la SADE.

—“Milagro en el Guadalupe” (Novela), publicada por Navarro Bravo Editores.

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS: María del Socorro Gómez Estrada, Colombia

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

I
Tu amor por mí
y no tanto eso…mi amor por ti
 no tanto eso…
Es la voluntad
para desabrigar infiernos
la que ha hecho
que conozca
mi revés…

II
Témele al día
en que este amor
por salvarme
se vuelva contra ti…
un ídolo de humo
no podría detener el holocausto.

III
Nunca mi amor
fue total para ti
mientras me debatía
entre algunos
que sin necesitarme
me esperaban…
ahora,
cuando mis pasos
han aprendido de memoria
tus calles
y cuando mi piel
sólo encuentra sosiego
en el paraíso de tus manos,
encuentro que no existen
paraísos sin serpientes.

IV
A veces la memoria
me juega
a diluir tu imagen.
de este juego
me rescata la nostalgia
para decirme:
No sueñes,
es imposible
pescar niebla con redes…

V
Después de tocar los extremos
del amor irritado;
después de devorar abismos
que partieran la caída,
estoy de nuevo
habitante en tu piel
crédula de tus ojos
confundida con tu esencia
y en tu  voz…
me perdí para siempre:
Encontré mi manera de vivir…

VI
Te esperaría
y te ayudaría
a limpiar la saeta
que me hirió
por segunda vez de tu mano.
Te esperaría
te dejaría beber más de mi sangre
para que le diera,
como algún día,
color a tu vida
y te ayudara
a ganar
tus propias batallas.
Te esperaría
pero ni tu mismo
sabes
si ya estás muerto…

VII
Mi siempre soledad
tiene un nuevo huésped:
Mi soledad de ti.
Mi siempre soledad
no sabe cómo decirme
que no quiere más
ausentes
amados
habitando su memoria.

© María del Socorro Gómez Estrada
Poetisa, Colombia.
Premio Nacional de Ensayo 1981


Autora:
María del Socorro Gómez Estrada.
Natural de Tunja, Colombia.
Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. En 1981 Premio Nacional de Ensayo convocado por la Cámara de Comercio de  Medellín, Colombia, con la obra “Bolívar en la Historia”. Segundo premio concurso Departamental de Poesía ICBA con la Obra: “Encuentros y Desencuentros. 1994.Finalista con Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía 2013: “Poesía del Vida Cotidiana” de la Casa Silva de Poesía, Bogotá, con el poema “Éxodo”. Mención de Honor en el IV Concurso Internacional de Poesía sobre Colombia y la Paz, con el poema “Faltan palabras”. Santiago de Cali, Colombia, Abril, 2015.

VOY: María Teresa Di Dio

Voy

Voy enhebrando un sueño
veo mis manos llenas
de semillas y ternura
y mañana plantaré…
olivos en la colina

Caminaré sobre un puente
que me lleve directo al futuro
borrando el llanto ancestral
en rincones de símbolismos y penumbras
por los creyentes del amor y la paz.

Cuando al golpe de la única luna
guarde los andares del misterio
porque supe de historias compartidas
escuchando las voces de la tierra.

Al humano convertirse en fibra
arquitecto sereno de los pueblos
llevando pan a sus hermanos
y dando voces de libertad!

María Teresa Di Dio
Embajadora Universal de la Paz
Poeta y Escritora de Cuentos Infantiles

martes, 6 de septiembre de 2016

LUCES: Briseida Angelopoulos, Concepción, Chile

LUCES

Las luces de la aurora comienzan a brillar, un nuevo amanecer comienza y la vida me recuerda que regresaste junto a mi.
Despertar piel con piel, tu desnudez y la mía, tu cuerpo, tan grande, tan inmenso, lleno de experiencias, cubre mi cuerpo por completo, eres mi gran gigante invencible, indomable, invulnerable, indestructible.
Tu abrazo es el sol que entibia mi cuerpo por la mañana, tu aliento es el soplo de vida que me alienta a seguir, tu rostro es el sol que ilumina mi día, ahí enredado entre mis cabellos, sintiendo tu respiración en mi cuello, tus manos en mi cintura y tus besos en mi espalda.
Tus caricias son las más hermosas formas de despertar  ¿Habrá mejor forma que esta?, los vellos de tu cuerpo provocando sensaciones en toda mi piel, amándome, seduciéndome, conquistando cada centímetro de mi.
Tu perfecta imperfección es capaz de volverme loca de placer y lujuria.
Tu cuerpo, el objeto que me hace explotar de éxtasis, que despierta mis deseos más bajos, me hace florecer el instinto animal, terminando en la desembocadura de tus vertientes dentro de mi humedal.
Despertar junto a ti, amor y pasión mía, es lo que anhelo cada día de mi vida, hasta que mis ojos se cierren para siempre.

© Briseida Angelopoulos
Concepción, Chile

lunes, 5 de septiembre de 2016

ANTIGUA MUECA: JORGE TARDUCCI

ANTIGUA MUECA
Y si, antes
era mucho mejor,
qué juego atrayente
propondrán al partir,
qué juego abstruso,
qué signo,
y qué insignia,
dibujarán tu angustia,
tu ira y la mas
antigua mueca,
del ser del montón
un puño vibrante,
brilloso y sin arrebato,
golpeando por horas,
sin ton, ni son.

Jorge Tarducci
Venado T. 14-7.16
www.jorgetarducci.com


domingo, 26 de junio de 2016

FASCINACIÓN: DRA. ELISA LARIOS MONROY, MEXICO, ROMANTICAS I

FASCINACIÓN

Aléjate de mi pasión embriagadora,
mentirosa y falsa lisonjera,
adulas y confundes a mi alma
para luego burlarte traicionera.

Eres hechizó de amor,
un espejismo que me atraes
como si fueras un abismo,
para perderme en tu pasión abrumadora,
bajo el suave romance de tu aroma.

No me importa que burles mi morada
si has de dejar la esencia de tu beso,
en esta atropellada pasión desenfrenada,
dónde este pobre amor pueda quedar preso,
en las redes invisibles de la nada.

Dra. Elisa Larios Monroy.

Del libro. “Románticas I”

domingo, 22 de mayo de 2016

TIEMPO DE NUESTRO VIVIR: Cecilia Silva Reyes ( Cesire Alegría ), Veracruz, México

TIEMPO DE NUESTRO VIVIR


El tiempo de mi espera
terminó por sucumbir,
el silencio hizo presencia
y todo llegó a su fin.
Las palabras en mi voz
tan sólo callaban y aquel
lamento en mi pecho se
quedaba.
Ocultaba las heridas que
prendían en ardor el alma
mía, el tiempo se me hizo
eterno en este día.
¿ Era acaso el ocaso de mi
vida ? ¿ Es acaso que ya no
hay nada que decir ?
Hoy me abrazo a los recuerdos,
a esta historia que en la página
de mi diario cotidiano escribo
para ti.
Una rosa escondí en las páginas
de este libro, la guardé para ti
ahí donde se extiende el tiempo,
tiempo de nuestro vivir.
Cecilia Silva Reyes

( Cesire Alegría )

miércoles, 11 de mayo de 2016

NACIERON ROSAS AZULES: CECILL SCOTT, CHILE


CECILL SCOTT

Cuando hablamos de Cecill Scott no estamos hablando de una Poetisa común, majestuosamente Cecill ha rescatado formas métricas tradicionales heredadas de los grandes clásicos castellanos, el soneto, la redondilla, la octava real y la décima espinela. Aquí una pequeña muestra de su grandeza.




NACIERON ROSAS AZULES
(Décima espinela)

Tibio, tibio y refrescante
sumergida en el sigilo
mi cuerpo siempre vigilo
todo frena en un instante.
Hay luces más adelante
ella mira… ¡está feliz!
es mi niña, es mi raíz
me abraza y beso su pecho
me duermo y es tibio lecho
¡Saqué su bella nariz!

Nacieron rosas azules
el día que llegué al mundo
dicen que es muy iracundo
floreciendo auras sin tules.
Tu pena nunca simules,
un día llorando dije,
con mi amor te cobijé
tu mamá ya había muerto
pensaste que no era cierto
¡Con la era el amor fijé!

Pese a quién le pese, amigas
somos, buenas compañeras,
¡Oye!…  “Si un día te fueras
tu luz fluirá sin fatigas”.
Mi amor hará que me sigas
para que en ti lo acumules
sin olvidarlo en baúles
florarán en altas granjas
y en valles de verdes franjas
¡Las bellas rosas azules!

A mamá.

Cecill Scott.
©Todos los derechos reservados.

jueves, 5 de mayo de 2016

TRISTEZA POR MI TIERRA: GRACIA VERGARA, ACAPULCO

TRISTEZA POR MI TIERRA

Me da tanta tristeza esta tierra mía
ahora callada con miedo obligado
con golpes certeros que la están matando
y que la tienen en triste agonía.

¿Dónde estás mi querido terruño,
tan lleno de amores, de vastos recuerdos,
de sueños que incitan a grandes pasiones?
¿Dónde están tus cantos que alegraban esta vida mía?
¿Dónde esos rincones cómplices míos
para esconder los besos que me dieron un día?
Te busco en las playas desiertas ahora
recorro tus calles que hoy susurran con miedo,
miro la luna que llora amargada en tus litorales
y espero en la arena, muy ilusionada
que llegues de vuelta en la madrugada
para ver si con ella se alegra mi gente
que revivan los cantos, que se aleje la muerte.

Tus hijos te lloran con temor tan profundo
y desean que vuelvas a tomar tu rumbo
con toda la pompa y esplendor radiante
que alumbre tus aguas para los infantes
que ilumine los pasos de cada visitante
y con la alegría que te conocemos
bulliciosa y alegre les des un fandango.

Pero nada de eso tenemos ahora
se respira tristeza en la brisa marina
porque a mi Acapulco otrora lleno de vida
me lo están matando con sus avaricias.  

GRACIA VERGARA

EL SUEÑO DEL AMOR: ALICIA VENTURA SUÁREZ,


EL SUEÑO DEL AMOR

Anoche estuve lavando recuerdos y mis ojitos contribuyeron con el agua necesaria para ello… hay momentos en los que se necesita ese ejercicio para después entrar en el Sueño del Amor.  Y les explico…
Siendo niña identificaba con facilidad los sonidos del amor…gustaba de escuchar el trinar de las aves en primavera, el tañer de las campanas de la iglesia cercana anunciando una boda más, las mañanitas del Rey David que entonaba mi madre en los cumpleaños, el bello canto de mi hermano Omar, la alegría en la carcajada sonora de mi hermana Rosy y el hermosísimo balbuceo de mi hermanita Elba en sus primeros meses de vida…me encantaba deleitarme con esos sonidos que se han repetido y he acomodado con los años en la mente y en el corazón.


Un poco después me enfocaba en los olores del amor…recuerdo el aroma de la piel de mamá, el perfume de las rosas del jardín de mi tía Magda, el olor de la longaniza Igualteca recién frita, el café con canela que aromatizaba la casa de mi tía Irais, que se acompañaba del pan recién horneado en Copala y por supuesto el olor a tierra mojada en los días lluviosos de mi bello Acapulco.
De los olores viajo al sabor del delicioso chocolate que hacía mi tia Felicitas, en Iguala y llego sin recato a la Costa Chica Guerrerense con la degustación del queso fresco que me obsequiaba mi querida tía Andrea, acompañado de tortillas de maíz, hechas a mano con salsa de chile verde y jitomate asado, martajado en su enorme molcajete…¡cuánto cariño se recibía en esa comida! y rememoro a mi tío Zenaido, quien nos ofrecía el exquisito sabor del agua de los cocos de su huerta…o los tamales de elote recién elaborados por su esposa…tantos sabores, tanto color, tanto sentir, pero sobre todo amor.
Poco a poco llegué a grabar esas imágenes que se han eternizado al ver sonreír a mi sobrina Lore, con esos ojos obscuros tan bellos y enormes, que espejean la figura de la abuela materna,  la nariz de mi sobrino Cesarín, en quien encuentro a mi hermano, padre y abuelo como una preservación del rasgo predominante en la genealogía “Ventura”, la regia figura de  mi sobrino José María que me recuerda la fortaleza de su estirpe, la espontánea y natural expresión de la “Belén” mi sobrinita más pequeña, al explicar lo sencillo de la vida  y sigo recordando imágenes de antaño y hogaño…los racimos de plátano que atiborraban el comedor y cocina de mi casa con la cosecha abundante que había logrado mi padre; el arcoíris que se levantaba majestuoso en esa disputa entre el sol y la lluvia y hacían de mi tierra una postal de ensueño y fijo la mirada en el aleteo incesante del colibrí al succionar el polen de las flores del mango del patio de mi casa; el color de la sandía que repartía mamá entre sus hijos y nos invitaba con el rojo intenso a vivir con pasión cada momento y finalmente la mirada de mi abuela Jovita al encender la vela por el descanso de los difuntos y por la tan anhelada paz en la tierra a los hombres de buena o mala voluntad.
También evoco el beso en la frente que he otorgado a mis hijos Dany y Santy al dormir, su abrazo de oso al despertar, la caricia en el cabello a mamá y el apapacho de regreso que me daba en sus miles de formas al expresar el amor… el apretón de manos de mis grandes amigos, los abrazos y besos de familiares, la palmada animosa, el beso robado y el romance apasionado tocando cuerpo y alma a la vez.
Este mix de recuerdos, es a lo que yo llamo el “Sueño del Amor” y recurro a él cada vez que necesito lavar los recuerdos dolorosos en el vivir…recorrer en la mente los sonidos del amor hacen que olvide los ruidos del desamor, perpetuando las imágenes amorosas que nublan cualquier representación de tristeza o dolor.  Disfrutar los olores y sabores preferidos trayéndolos al presente, permiten deglutir con facilidad los tragos amargos de la cotidianeidad cruenta y los apapachos, caricias, besos y abrazos completan los haberes que se superponen a cualquier desventura en esta vida.

Y así soñando descubro el silencio del amor, esa sensación de paz y tranquilidad que te deja el saber que en tanto vivas, podrás seguirte deleitando en el “Sueño del Amor” y generar los recuerdos que se te antoje, los cuales llenarán tu cajita más preciada, esa que está en lo más profundo e íntimo de tu ser y  guarda el tesoro más grande con el que puedas contar… tu Inventario del Amor…con el que terminarás tus últimos días en este hermoso paraíso llamado tierra…



martes, 3 de mayo de 2016

ESCRITO EN LA PIEL: MARÍA TERESA DI DIO

ESCRITO EN LA PIEL

La llovizna persistía desde la madrugada. Soledad despertó tan pronto el reloj sonó, como todos los días…las siete en punto. ¡Que pesadilla! Durante unos minutos se quedó pensativa. Tenía recuerdos de lo que había soñado, las imágenes pasaban ante su mirada, veía un automóvil dar varias vueltas y luego incendiarse, quedando una persona atrapada en su interior.
Y así, como quien no quiere desprenderse de un sueño, ella se metió debajo del agua de la ducha, sabía que debía apurarse…algunos sorbos de café y rápidamente estaba en la calle rumbo a la editorial del diario, donde trabajaba desde hacía cinco años.
Las noticias corrían rápido, cada minuto era crucial, una manifestación, algo de política, de aquí y de allá. También le tocaba hacer reportajes  a veces sus notas eran tristes y no tan gratas como hubiese deseado.
Su compañero había enfermado y tenía que cubrirlo, mientras ella se dirigía rumbo al aeropuerto para entrevistar a un funcionario, consultó la hora, las 9,30  se dio cuenta que se le hacía tarde, el avión llegaba en ese momento…de pronto un perro se cruza en el camino, Soledad aprieta los frenos bruscamente, no se da cuenta que la velocidad era excesiva ni que el asfalto tenía agua y hielo, el auto da varias vueltas y finalmente se estrella contra un árbol para terminar incendiado. Meses más tarde ella despierta en una fría  sala de hospital. No recuerda cómo llegó, su memoria está lenta, su rostro y sus brazos arañados y quemados forman extraños dibujos. Ella…había amanecido con un escrito en la piel que permanecerá en su vida por el resto de los días.

Fin
Cuento para adolescentes y adultos
© María Teresa Di Dio,

Embajadora de la Paz, Escritora y Poetisa

ACAPULCO: CÉSAR ESQUIVEL RÍOS, MEXICO

ACAPULCO

¿Dónde te has metido Acapulco?

¿Dónde que ya no te veo?

Y si bien, yo no te veo…
¡Sé que existes!
Que estas allí y que me sigues esperando.

Y sé, que no es solo a mí a quien esperas,
sino a todos los que algún día nos hemos ido.
A los que te buscamos y sabemos que pronto volveremos a encontrarte.

A ti, que con tu mar de plata, le devuelves su belleza a la luna,
a ti Acapulco añorado ¡A ti te extraño!

No solo eres un puerto, eres mucho más que mar y arena,
eres magia, de esa que embelese y de la que a la vez también inquieta…

Y me duele haberte dejado…
Y a los que te tienen, les duele haberte perdido,
pero ambos sabemos que sigues allí,
esperando recuperarte para volver a saber de ti,
tan sólo déjanos tenerte para seguirte queriendo.

No te mueras por siempre jamás tierra inquebrantable,
¡Qué no son tus hijos quienes te hacen daño!
No me dejes por favor tan sólo con tus sombras y cenizas.

¿Dónde te has metido Acapulco?

¿Dónde que ya no te veo?



César Esquivel Ríos.- Escritor Salmantino, hijo de Acapulco.

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS: MARÍA DEL SOCORRO GÓMEZ ESTRADA, COLOMBIA

María del Socorro Gómez Estrada. 
Natural de Tunja, Colombia. 

Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. En 1981 Premio Nacional de Ensayo convocado por la Cámara de Comercio de  Medellín, Colombia, con la obra “Bolívar en la Historia”. Segundo premio concurso Departamental de Poesía ICBA con la Obra: “Encuentros y Desencuentros. 1994. Finalista con Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía 2013: “Poesía del Vida Cotidiana” de la Casa Silva de Poesía, Bogotá, con el poema “Éxodo”. Mención de Honor en el IV Concurso Internacional de Poesía sobre Colombia y la Paz, con el poema “Faltan palabras”. Santiago de Cali, Colombia, Abril, 2015.

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

I
Tu amor por mí
y no tanto eso…Mi amor por ti
y no tanto eso…
es la voluntad
para desabrigar infiernos
la que ha hecho
que conozca
mi revés…


II
Témele al día
en que este amor
por salvarme
se vuelva contra ti…
un ídolo de humo
no podría detener el holocausto.


III
Nunca mi amor
fue total para ti
mientras me debatía
entre algunos
que sin necesitarme
me esperaban…
ahora,
cuando mis pasos
han aprendido de memoria
tus calles
y cuando mi piel
sólo encuentra sosiego
en el paraíso de tus manos,
encuentro que no existen
paraísos sin serpientes.


IV
A veces la memoria
me juega
a diluir tu imagen.
de este juego
me rescata la nostalgia
para decirme:
No sueñes,
es imposible
pescar niebla con redes…


V
Después de tocar los extremos
del amor irritado;
después de devorar abismos
que partieran la caída,
estoy de nuevo
habitante en tu piel
crédula de tus ojos
confundida con tu esencia
y en tu  voz…
me perdí para siempre:
Encontré mi manera de vivir…

VI
Te esperaría
y te ayudaría
a limpiar la saeta
que me hirió
por segunda vez de tu mano.
Te esperaría
te dejaría beber más de mi sangre
para que le diera
como algún día
color a tu vida
y te ayudara
a ganar
tus propias batallas.
Te esperaría
pero ni tú mismo
sabes
si ya estás muerto…


VII
Mi siempre soledad
tiene un nuevo huésped:
Mi soledad de ti.
Mi siempre soledad
no sabe cómo decirme
que no quiere más
Ausentes.
Amados.
Habitando su memoria.