martes, 15 de marzo de 2016

SUEÑOS: Brenda Lizbeth Oliva Suarez. (2012)

SUEÑOS

Por: Brenda Lizbeth Oliva Suarez. - México

Lo único que hacía que sintiera que aún no estaba muerta, era el dolor causado por el collar que traía en la mano, apretándolo, casi como si quisiera sofocarlo. Tuve que soltarlo por el ardor helado que me quemaba.

Estoy caminando, sé que estoy sola porque conozco esa sensación, tratando de ver con mis manos entre tanta oscuridad, escuchando ese sonido sordo de añoranza, cayendo en la cuenta de que, aunque no sabía dónde estaba y todo parecía incierto y aterrador, seguía caminando…me detuve. 

Desde abajo, más abajo, aún de donde debería estar el suelo avanzaba una luz plateada que al llegar a la superficie donde yo estaba parada, se expandió, haciéndome ver que lo que debería ser suelo era, más bien agua… agua en completa calma. 

Al darme cuenta que estaba parada sobre agua, me asusté y comencé a hundirme; levanté mis brazos tratando de asirme a lo que sea y desesperada me aferré a lo que se sentía: una rama que se iluminó y su luz corrió hacia arriba, esclareciendo todo lo que parecía ser un árbol tan alto, que dejé de seguir la luz y noté que no era el único árbol, sino que había cientos de ellos emergiendo del agua; eran tantos y tan prominentes que no podía discernir en donde terminaba la luz de la copa de uno y comenzaba la del otro. Me quedé cautivada por aquel sorprendente acto.           

Contemplando la grandeza y belleza de los árboles me sentí tan insignificante, tan pequeña, tan vacía y caí hincada sobre la superficie de agua; de mis ojos emanaban lagrimas que corrían por mis mejillas para después ser limpiadas por mis manos, miré de nuevo hacia arriba al notar que aquel ambiente se oscurecía; la luz de cada árbol se estaba extinguiendo, volviendo a quedar todo en una oscuridad. Bajé mi cabeza y al mismo tiempo mis manos, mis lágrimas no encontraron lugar en mis ojos, salieron de ellos, se deslizaron por mis pómulos y al estar en contacto con el suelo de agua, brotó otra luz, pero a diferencia de las anteriores no subió, sino que avanzaba. 

Me puse de pie y siguiendo el camino trazado por aquella luz plateada que avanzaba sin prisas, tranquila, parsimoniosa; traté de ir a la par con ella y cuando la alcancé y quedé justo por encima de ella, se detuvo, a lo que retrocedí para verla mejor. De repente salió del agua para levitar, siguiendo el curso de las luces anteriores, sin embargo, continuaba yendo sin prisas. Traté de tocarla, pero la sentí tan fría, que retrocedí un poco y ella siguió su camino hasta llegar muy alto y mientras más subía, mayor era su acrecencia, alumbrando todo lo que me parecía era un bosque. Al llegar a lo más alto, ocupó el sitio de la luna, permitiéndome así, contemplar el lugar en el que me encontraba con sus contornos iluminados por la luz plateada que vagaba entre los desmesurados árboles, dibujando figuras en el suelo de agua.

Mareada y algo aturdida me senté y observé el reflejo de la luna en el agua. Era tan hermosa e inalcanzable, encantadora. Era perfecta, casi arrogante, completamente ajena a todo, indiferente, callada y ausente, como el poema de Neruda.
La contemplé con una desesperación como si viendo aquel reflejo pudiera conseguir respuestas y de cualquier forma, ¿respuestas a qué preguntas? Entendí que aquel duplicado de la luna no me iba a ayudar en nada, como si mis problemas pudieran importarle a aquella arrogante luna. Así que solo retomé el acto de verla y extasiarme de su egoísmo; sin importar que yo cayera o llorara, nada de esto la perturbaba.
Mientras pensaba en este suceso, otra lágrima se deslizó por mi mejilla como tratando de huir de mis ojos, como si quisiera escapar de algo que encontró en ellos. La toqué con la yema de mis dedos reprimiendo su huida; se mantuvo en la punta de mi dedo y no como una luz, sino como un destello, se apartó de mí para entrar en una metamorfosis, transformándose en un hada sin rostro, pequeña, sus alas eran delicadas hojas color azul. No creyendo que aquella criatura había aflorado de mí lágrima, quise tocarla y comprobar que aquello era real. Al hacerlo, otra lágrima corrió por mi rostro, pasando por la misma metamorfosis y antes de darme cuenta, no solo de mis ojos, sino que de todo mi cuerpo emergían pequeños destellos que pasaban a ser hadas de diferentes colores, excepto una, de color azul.

Aquel bosque ya no solo era plateado. Entre sus árboles magistrales danzaban dulcemente hadas de colores que se posaban en sus ramas y hojas. Levanté mi mirada para recuperarme, me puse de pie y al hacerlo me percaté de un viento que erizó mi piel y besó mis labios, entró por mi garganta e infló mis pulmones de un aire cálido, ocasionando con ello un suspiro profundo, un suspiro que esta vez no rasguñaba mi corazón, ni me recordaba la soledad, sino todo lo contrario. Limpió mi alma provocando una de esas sonrisas que no puedes evitar, sonrisa que mi ser tanto extrañaba.

Aun admirada por aquella mágica y perfecta sincronía de hadas sin rostros, que jugaban con los rayos de luna que se filtraban entre las copas de los árboles, me sorprendió como el suelo de agua daba la ilusión de dos mundos: el primero, era en el que yo estaba; el segundo, el mundo bajo mis pies, era el reflejo de todo aquello que vivía. Dirigiéndome nuevamente a la luna, seguí con la mirada su resplandor que me llevó a su reflejo. Noté que ninguna hada revoloteaba cerca de la luna, ni siquiera de su figura en el segundo mundo. Imaginé que no lo hacían, temiendo que la arrogante luna las opacara con su belleza y plenitud, o tal vez la respetaban, dándole su lugar y su espacio ya que aquel claro de luna era lo que le daba una especial belleza y enigma a ambos mundos. 


Había algo soporífero en aquella atmósfera que me hizo recostarme. Yacía imperturbable en la superficie del agua y queriendo jugar con las pequeñas olas formadas al contacto, busque mi reflejo en ella, advirtiendo que mi reflejo era el único que no se personificaba. 
Sentía un miedo acrecentándose dentro de mí por no lograr verme. Me sentí asustada de nuevo sin poder explicármelo y cuanto más lo pensaba, más alteraba mi corazón y todo a mí alrededor se agitaba con él. Quise relajarme antes de que todo perdiera su encanto por culpa mía. 

Vi como la luna iba descendiendo de su trono y todo se corrompía, perdiendo su brillo, su ritmo y magia. Volteé desesperadamente a todo lugar en busca de algo desconocido que pudiera ayudarme; sin saber con exactitud lo que buscaba pude distinguir mi collar. El mismo collar que me recordaba estar viva, estaba justo bajo mis pies, hundido en el agua. Me agaché para tomarlo y metí mi mano, al hacerlo el collar se hundía cada vez más hundiéndome con él. Logré alcanzarlo y colocarlo en mi cuello. 

Volví mí vista hacia el mundo real para deleitarme con la escena de un mundo armonioso: las hadas sin rostro danzaban por entre los rayos de luna, mientras esta admiraba su reflejo desde lo alto de su trono. Intenté moverme para regresar a la superficie, pero algo me lo impidió. Agobiada, busqué el reflejo de la luna y nadé hasta alcanzarlo y de alguna forma me ayudara a llegar a la superficie, pero antes de que pudiera llegar a él, mis pulmones ardían por el esfuerzo, gritando no poder más y todo parecía más distante; mis ojos se cerraban y percibía como mi cuerpo se rendía ante aquel segundo mundo y una nueva lágrima brotó de mis ojos, mezclándose de inmediato con el agua sin confundirse como una luz, sino como un destello que fue encontrado por el hada azul, la única hada azul. No entendía cómo ella había logrado entrar al mundo de los reflejos y, con mi lágrima entre sus manos, se acercó a mí, susurrando algo en mi oído, mientras la colocaba entre mis labios. 

Vi como todo parecía oscurecer y aquella hada sin rostro, regresaba a la superficie, saliendo del mundo de los reflejos en el que me encontraba. Intenté gritarle que regresara por mí, sin embargo, fue inútil, pues mi cuerpo ya no respondía, sentía como descendía y un suspiro embriagador inundaba mí alrededor. Sabía que estaba de nuevo sola, conozco bien esa sensación, tratando de ver con mis manos entre tanta oscuridad, escuchando ese sonido sordo de añoranza, cayendo en la cuenta de que no importa donde esté y todo parezca incierto y aterrador, seguiré caminando, porque abajo, más abajo, en dónde debería estar el suelo… me detendré.


Domingo, 09 de Septiembre, 2012, 03:53 a.m.
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